Entrega a domicilio
Humanos. Eran seis. Salieron corriendo de una furgoneta blanca. Llevaban artefactos electrónicos y hablaban en susurros, como si no quisieran despertar a los muertos. Desgraciadamente para ellos, los muertos seguían durmiendo en sus lechos y no podrían protegerles de un no-muerto.
No entendía muy bien lo que estaban haciendo allí. Tenían aparatos de grabación, focos y kilómetros de cableado que arrastraban tras de sí. Estaban asustados. Caminaban inseguros entre lápidas y tumbas. Uno de ellos tropezó y aproveché el momento para presentarme ante ellos. Mis colmillos ya daban buena cuenta del patoso. Empezaron a gritar, los microfonos y las cámaras cayeron al suelo y la mayoría encontró el valor suficiente para huir por piernas.
Alcancé el último en la calle, delante de la furgoneta cuyo letrero debia ser el logotipo de alguna televisión. Ojala me manden pronto gente a investigar lo ocurrido. Me gusta que me traigan la comida a casa, de vez en cuando.
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