Es inevitable que el ser humano se cuestione sobre su vida, sobre el sentido de ella. En algún momento, le invade la necesidad de hacer una pausa para reflexionar y tiende, casi por propia inercia, a acabar planteándose unas metas o unas pautas para seguir adelante. Pero suele ser algo temporal, algo que los humanos superan al cabo de un tiempo porque entienden que éste siempre les es prestado; en cambio, para nosotros no hay final posible
Las piedras oyen nuestro lamento en antiguos sepulcros. No hay respuestas para quienes somos y la melancolía se instala donde antes hubo vida, donde ahora hallarás solamente tormento.
Absorta en estas patéticas reflexiones apenas noté que alguién se acercaba. Cuando mi nombre resonó en mi cabeza, su presencia saturó el lugar y todo en mi se estremeció. La idea de volverle a ver tras tanto tiempo, tras el olvido anhelado y engañoso, me arrastraba del deseo al miedo.
La puerta de mi cripta se abrió y allí estaba Caín, el Ángel Negro, tal como lo recordaba: bello y altivo. Su mirada salvaje se posó sobre mi cuerpo acariciando una piel conocida, traspasando mi carne, arrebatándome toda sensata oposición.
Qué decir cuando el fuego camina y se acerca a robar un beso...
Qué contar si no es solo silencio...
¡Bienvenido a casa, maldito!
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