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lundi, septembre 19, 2005

El paseo de Deva (4ª y última parte)

Sentada sobre su ataud, decide al fin terminar su relato. Afuera, una corriente de aire chilla al pasar veloz entre los arboles y es como una melodía que acompaña la dulce voz de Deva.
Siguió por aquella vía hasta que empezó a descender. A su lado, por la carretera fueron pasando furgonetas repletas de humanos muertos, que le sonreían y la saludaban sacando sus cuerpos por las ventanillas. Llegó casi corriendo a la entrada de Salgoris. La enorme puerta de hierro estaba abierta. Era normal pensó Deva en aquel momento, estaba en horas de visita del brujo, que solía recibir en una noche una docena de personas. Solo me faltaba recorrer el caminito que cruzaba aquel cesped perfecto. Un caminito serpenteante, que no necesitaba serlo. Mientras caminaba todos los aspersores empezaron a funcionar. Podría haber sido agua bendita para vampiros pero no lo era. Solamente agua corriente, inocua para su piel pero no hubo modo de librarse de su incómoda humedad. Cuando llego a la puerta de la estructa en la que estaba la oficina del brujo -un letrero así lo indicaba-, dejaron de expulsar agua.
La entrevista con el brujo fue muy bien y le aseguró que para la luna próxima tendría la sangre de jeko del desierto para la luna próxima pero fue más breve de lo esperado; uno de los hornos de su crematorio estaba dando problemas y Glahario se marchó apresuradamente, temeroso seguramente de que estallara y provocara que miradas humanas indiscretas enfocaran su interés en las actividades nocturnas de su empresa. Obviamente, la tapadera que había diseñado para las autoridades y la sociedad era solvente y creíble, pero un incidente ahora, en este preciso momento en que ultimaba un cargamento de vidas no autorizadas, sería desastroso. Ante el mundo era una empresa respetable, inovadora y puntera, gracias a su producción de fibra de cristal. Así que puso todas sus artes oscuras a trabajar y ordenó a sus perros limpiar la zona de posibles testigos. Para entonces, Deva había salido al caminito.
Estaba a medio camino de la puerta de hierro cuando vio las sombras moverse. Su vista le permitió distinguir pustulas, llagas sin curar y un caminar dificultoso que todas compartían. Era una vampira inexperta y las sombras eran muchas. Se acercaban a ella medio tambaleándose pero a una cierta velocidad. No podían ser rival para ella, no para su velocidad, no para su fuerza pero la idea de luchar con cuerpos mediodescompuestos no le hacía gracia; se dio la vuelta y trató de encontrar otra salida. Pasó al lado del edificio de ladrillos oculta en las tinieblas y vio como el brujo con cánticos reforzaba el metal y trabajadores humanos miraban como una aguja se movía en un pequeño medidor. Las sombras se acercaban pero lo hacían a ciegas. Desde donde estaba pudo ver, a través de la valla de hierro y alambre de espino, el estrecho puente por el que pasaba las vias abandonadas de un tren. Era el otro camino. Miró la valla en busca de una salida pero no la veía. Se estaba poniendo nerviosa. Podía ser inexperta pero era una vampiro al fin y al cabo, no podía asustarse porque una masa de supurantes y harapientas formas de vida se acercaran a ella. Allí había una puerta y tenía que encontrarla. Se quedó allí quieta, unos segundos, absorta y entonces la vio. La puerta se confundía con la valla y a simple vista nadie la vería. La puerta estaba cerrada pero con su fuerza arrancó el cierre, que una hábil ilusión óptica negaba a otros ojos.
Dejó atrás Salgoris confiando que los zarapastrosos seres siguieran tan desorientados como hasta ahora. No entendía como el brujo podía rodearse de esas formas de vida tan poco eficientes habiendo tantas otras letales. Estaba ensimismada en sus pensamientos, cuando, de pronto, sintió como algo frío se hundía en uno de sus muslos, lo traspasaba y se retiraba. Todo ocurrió tan rápido que no vio nada. Estaba sangrando abundantemente por la pierna mirando al rededor suyo pero solo reconocio los pequeños montículos negros. No sabía si le dolía o no. Estaba asustada y no sabía quién la había herido. Una sombra creció a su lado y de la oscuridad unos ojos de fuego le clavó la mirada. Aquella cosa la desafiaba, le enseñaba la hoja que la había herido y con su mente le decía que se fuera, que no regresara allí, jamás.
Deva regresó al apeadero del tren sin más incidencias, no volvio a ver ninguna otra furgoneta de hombres muertos, ni hombres ni mujeres solitarios. Esperaba al otro lado del andén el último tren con la pierna sangrando y la cabeza ocupada en justificar su existencia. Solo quería volver a casa, a su cripta, a mi lado y dar por finalizado aquella mala noche. Entonces llegó el tren y se detuvo en el anden de enfrente; iba en sentido opuesto al que debía ir el que debía coger así que no se preocupó hasta que un hombre sacó la cabeza por una ventanilla preguntandole para dónde iba. Era el hombre que le había tickeado el ticket en el tren de ida. Ella le contestó y aquel hombre le dijo que cruzara, que iba a perder el tren. Dudó. Aquel hombre no paraba de señalar el tren y Deva empezó a correr con la pierna sangrando. Bajó una rampa, cruzó las vias... pero su cabeza testaruda insistía en recordarle que aquel tren iba en sentido opuesto al que debía coger, no podía ser el suyo, pero el controlador insistía e insistió hasta que el tren se marchó sin ella. Recordaba haber bajado por ese andén y sin embargo el controlador había querido indicarle mal. Regresó a su andén a esperar el tren que la traería de vuelta. Estaba cansada, harta de este maldito lugar pero el tiempo de espera se hacía eterno. Dedicó el tiempo a mirar unos extraños seres blancos. No tenían más de unos seis u ocho milimetros, blancos, casi transparentes con un exoesqueleto que parecía prehistórico. Todo el apeadero de piedra pintada de rojo estaba cubierto de esas criaturas; pero las que daban de cara a ella estaban como quemadas e hinchadas por el sol, las otras, las de los lados, estaban perfectas, como dormidas. Cuando miró hacia el techo vio que los había a cientos pero allí también había arañas y los seres blancos no estaban empaquetados y chupados como deberían. Ambas especies convivían. Tuvo a bien tener cuidado de no restregarse contra aquellos muros hasta que oyó el sonido inconfundible de un tren. A medida que se acercaba se percató que se pararía en el otro andén; iba en la dirección correcta pero se estaba parando en frente, como el anterior. Entonces comprendió lo que le había intentado explicar el controlador, no había estado señalando el tren sino el andén. Se pusó a correr como una loca, bajó de nuevo la rampa, cruzó las vías por delante del tren mientras un extrañado maquinista la miraba como si hubiera dejado atrás la cordura y subió la ultima rampa. Llegó a tiempo y entró. Se sentó nerviosa pero aliviada de estar en un transporte que la alejaría de allí y tardó en percatarse de que todos sus ocupantes miraban su pierna herida. La tela del pantalón se había teñido de rojo y un rastro del mismo color recorría el pasillo. La miraban como si fuera de otro planeta pero no le importaba.
El tren se puso en marcha y no tardó en reconocer los edificios de la urbanidad, la bendita civilización. En aquel momento supo que su odisea había llegado a su fin; supo, que al menos el final de la noche acabaría bien y que antes del alba estaría en casa.

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1 Commentaires:

Blogger Lawbug dit...

Genial!!! Apetecen más odiseas de Deva escritas tan tan bien.

Saludos
Lawbug

19:33  

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