La tumba de hielo
Hoy al pasar ante tu estatua, la que el gobierno inglés erigió para conmemorar tu hazaña, me vino un intenso malestar. El recuerdo debería haber suavizado la impresión tras siglo y medio lejos de allí pero no fue así. Me elevé sobre el suelo para poder acariciar tu rostro de bronce mientras mi mente se perdía entre las heladas aguas del ártico.
Para ti era un sueño a cumplir, para algunos de los que nos quedabamos una insensatez que nos privaría quizás de tu companía y amistad. Y no nos equivocabamos.
Entre fiesta y alegría os vimos marchar: las dos naves eran impresionantes, capaces de navegar entre los hielos y hélices retráctiles que dejaban anticuadas las clásicas con palas de madera. Pero no fueron suficientes... La trampa blanca se cerró sobre ambas cuando ya no podíais pasar otro invierno ártico sin necesitar ayuda. La muerte ya se había llevado tu corazón para entonces, para cuando tus hombres se arriesgaron a pie, hacia el sur, hacia el olvido y la locura.
Luego vino aquella gran búsqueda...
En este nuevo siglo, aún no han encontrado ni tu cuerpo ni tu tumba, pero he oido que los satélites han localizado dos naves hundidas y atrapadas entre enormes bloques níveos... Quizás pronto pueda orar ante tu cuerpo, quizás entonces me puedas reconocer desde el otro lado...